Contaminación lumínica: ¿una sombra en el futuro de la astronomía?
Mario Hamuy Wackenhut
Premio Nacional de Ciencias Exactas
Presidente Fundación Chilena de Astronomía
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Gracias a sus prístinos cielos, el norte de Chile comenzó a albergar a los observatorios astronómicos más avanzados del planeta en los años sesenta. Hoy, nuestro país concentra cerca de 40% de la capacidad mundial de observación, cifra que aumentará a 55% a fines de esta década una vez que hayan comenzado a operar los telescopios gigantes de nueva generación que se encuentran actualmente en estado de construcción.
¿Cómo un país pequeño como el nuestro llegó a ocupar esta particular posición? Por un lado, debido a las excepcionales condiciones naturales que se dan en el desierto de Atacama y, por otro lado, a una visionaria política pública implementada por el Estado en las últimas seis décadas, todas condiciones que han incentivado la llegada a nuestro país de proyectos científicos internacionales del más alto nivel con inversiones siderales. Si bien la evolución de esta industria ha sido extremadamente positiva, hoy enfrenta un serio riesgo para que nuestro país mantenga su sitial como el principal polo astronómico del mundo. Me refiero al galopante avance de la contaminación lumínica, a la cual debemos prestar urgente y mayor atención.
Cuando el primer observatorio internacional se inauguró en Cerro Tololo en 1967, las luces de la conurbación de La Serena y Coquimbo no eran un problema. Sin embargo, el desarrollo económico y poblacional comenzó a levantar las alertas por parte de los científicos y de las autoridades a mediados de los años noventa. El trabajo conjunto del Observatorio AURA de Cerro Tololo, junto a la recientemente creada Comisión Nacional del Medio Ambiente, rindió sus frutos con la publicación de la primera norma de emisión lumínica del país en 1998 (DS 686 del Ministerio de Economía). Vicuña fue la primera comuna en cambiar las antiguas luminarias blancas de mercurio por aquellas apantalladas de color anaranjado de vapor de sodio. Muchas comunas adhirieron a las nuevas reglas, llegándose a 95% de cumplimiento efectivo en las regiones del norte, y nuestro país comenzó a cambiar su color nocturno por uno que permitía seguir decididamente avanzando en la aventura científica.
Sin embargo, no todo seguiría siendo color de rosa (anaranjado en este caso), pues muy pronto comenzó a llegar al comercio la nueva tecnología de iluminación LED, de costo muy inferior a las luminarias de sodio, pero altamente contaminantes. Rápidamente, el cielo nocturno comenzó a aumentar su brillo debido a la iluminación artificial, cuya luz blanca-azulada es la más perjudicial. Con el fin de regular la emergente tecnología LED, el Ministerio del Medio Ambiente actualizó las restricciones de alumbrado exterior por medio del DS 043 del año 2012. Esta norma restringe la emisión de luz azul (aquella más nociva para la salud, el medio ambiente y la astronomía) a un 15% respecto a la luz visible, pero ha sido escasamente fiscalizada y pobremente cumplida, lo que se ha traducido en un dramático aumento de la luz artificial en sitios emblemáticos que hasta hace pocos años eran considerados no contaminados. Hoy, tal como un vidrio empañado que impide ver nítidamente a través suyo, los cielos contaminados hacen cada día hace más difícil observar el cosmos.
Entre las últimas medidas tomadas por el Estado para mitigar este problema, cabe destacar la reciente publicación en el Diario Oficial del Ministerio de Ciencia del 27 de junio pasado, que declara a 29 comunas de las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo, como “áreas de valor científico y de investigación para la observación astronómica”. Esto es muy importante, pues significa que todos los proyectos que puedan generar contaminación lumínica en dichas comunas, deberán elaborar un estudio de impacto ambiental (Ley 21.162 del año 2019) que cumpla con la norma lumínica.
La proliferación de la tecnología LED ha hecho necesario también volver a actualizar la norma vigente del año 2012 con el fin de restringir las emisiones de modo que las luminarias exteriores no emitan luz que el ojo humano no detecta y que no contribuye a la seguridad de las personas. Pronto, se espera la publicación de la nueva norma que extiende el ámbito de la protección a todo el territorio nacional y de manera más exigente para las comunas protegidas. La idea es limitar que las luminarias y proyectores de alumbrado exterior irradien luz ultravioleta e infrarroja (que el ojo humano no ve), orientar las luminarias para que éstas apunten hacia el piso (que es donde se requiere), incluyendo restricciones horarias para los alumbrados deportivos, publicitario y ornamental.
Pese a estos avances, la fiscalización de la autoridad está aún muy rezagada y la contaminación lumínica sigue experimentando avances sostenidos, especialmente en la última década, afectando las zonas de interés astronómico y poniendo en riesgo la continuidad de dicho desarrollo. Resulta urgente redoblar los esfuerzos para proteger los cielos oscuros del norte del país, no sólo como un patrimonio para la ciencia, sino para la protección del derecho de las personas a la contemplación de la naturaleza (en este caso el cielo), la salud humana (en particular alteraciones al ciclo del sueño) y el cuidado de la biodiversidad (la contaminación del cielo afecta gravemente los ritmos biológicos de animales y plantas).